«Cuando dejan de parpadear los televisores, se cierran las persianas de las casas y de los bares, los noctámbulos quedan a la intemperie de la noche, esquivando las inclemencias de la madrugada. Buscan un lugar donde descansar una cabeza que hierve de sentido. Se aferran entre sí, cuerpos que se atraen buscando una temperatura distinta, como un náufrago a su tronco en medio de la tempestad. Se preguntan por qué llegaron hasta aquí, si no hubiera sido más fácil tomar la corriente fértil y subirse al tren del confort y la ropa caliente. Esa paradoja también acude a menudo al escritor. Prieto escribe estos poemas a medias entre la observación y la primera persona, asumiendo en carne propia los desvelos de estos seres extraños que pueblan las noches, esos sospechosos a los que se acerca la policía y pregunta, de forma inquisitiva, si tienen un problema» (Pablo García Casado).